La ciencia, en sus idas y venidas, negó mi existencia durante décadas, y para más inri, la administración pública continuó gravando mi "no ser", con todas las figuras impositivas habidas y por haber. La COPE, los bancos y las empresas de telecomunicaciones continuaron cabreándome; aunque mi extinción como especie datara de miles de años, y no cabría suponerle emociones de este, ni ningún otro tipo, como a todos los que han alcanzaran el estoicismo eterno hace siglos. He pagado por la recogida de unas basuras ( y no hablemos del IVA) que no habría podido generar; por conducir vehículos que no habría podido comprar, poner en marcha ni conducir, en caso de que la desbancada teoría científica fuera cierta. Todos nos movemos en el resbaladizo terreno de la equivocación y la ignorancia, con un coeficiente elevado de "patinosidad", que disminuye con los años; y puede que la inmensa mayoría nunca lleguemos a ser como esos cisnes (y cisnas, que no quiero problemas) que nos maravillan en los campeonatos de invierno. Terminamos todos; sin embargo, haciendo unos giros y desplazamientos más o menos dignos, bueno, todos todos...
Algunos colectivos iluminados, amparándose en la burricie general, elaboran teorías sesgadas, incompletas o absurdas con una presunción de infalibilidad, a las que el vulgo no se atreve siquiera a cuestionar por no abusar de la insolencia que se le presupone a la ignorancia; por pereza intelectual o porque casi ya no queda tiempo para la "istropexión inteletual" entre partido y partido.
He tenido la fortuna de viajar, y siempre me llamó la atención ver en los más lejanos confines, rasgos humanos que más que ser atribuidos a una raza, podían serlo a una especie. No hablo de conductas sino de huellas genéticas visibles a ojo pelado. Por supuesto, jamás me atreví a exponerme al escarnio público, con arriesgadas especulaciones que no habrían de suponérseme con mi escuchimizado currículum.
Desde hace un tiempo, prevenciones de este tipo, me la transpiran, la verdad; es quizás una de las grandes ventajas de perder la lozanía exterior en una ósmosis hacia el interior, dotando a nuestro juicio y/o desfachatez, de un músculo del que carecía en aras de la estrategia natural para llegar a la madurez sexual, esa que garantiza la supervivencia de cualquier especie; del ejercicio de la tímida y alegre candidez de los novatos. ¡Sí, esa que nos ayuda a ser felices durante unas cuántas temporadas, aunque no tuviéramos motivo objetivo alguno para ello!
Resulta evidente que los Cro Magnon y los Neanderthal, se mezclaron, tanto en bosques, tundras y riberas, como en cuevas oscuras con tenue iluminación (y música gutural a capela); y hasta seguramente con posturitas lamentablemente extintas, y de las que no quedan documentos gráficos ni en Altamira, Atapuerca ni ningún otro yacimiento conocido... ¡ATAPUERCA! (¿no creen que el nombre confirma que el abuso de género es muy antiguo?).
Se habla de diferencias incluso en lo que atañe al desarrollo del cerebro o la capacidad de razonar de ambas ramas de homínidos; hay entre los Sapiens Sapiens notables picos de inteligencia que parecen dar pábulo a esta mezcla; de hecho, en muchos individuos, con un sólo "Sapiens" va que chuta.
¿Integración?, ¿despiste?,¿bestialismo?, ¿estrategia avanzada para la época?, ¿psicopatías de la supremacía?... Jamás llegaremos a saberlo a ciencia cierta, aunque tampoco debamos descartar un motivo más de entrecasa, que alude a que muchas Neanderthales sin duda:... ¡¡Teníiian un culiiitooo!!