Ella hace tiempo que no se acerca a ningún hombre. Cuando se alejó del último iba engalanada con un collar en diminutivo y una pulsera que cuando sonaba, lo hacía muy lejos, pero le servía para sentirse acompañada. Hoy se ha pintado los ojos, y planchado primorosamente aquella blusa que disgustaba a su marido por un atrevimiento que ella nunca entendió en qué consistía, y aún así, exilió de su vestuario.
Lautaro es viudo, y desde hace un tiempo, ya no parece aquella sombra taciturna de mantenimiento del edificio, que no cruzaba palabra con nadie a excepción de saludos y precisiones de faena. Se le ve casi jovial cuando toca ir a casa de Esperanza para alguna chapuza; y a quien quiera oírlo (con cierta extrañeza por la novedad de su entusiasmo), le cuenta lo acogedora y pulcra que es la casa de esta mujer, y se explaya en la simpatía natural de esta.
Ella se levanta muy temprano, y hoy lo ha hecho aún antes, porque Don Lautaro vendrá a restañar las heridas del falso techo tras una filtración dos mundos más arriba. Ha hecho sitio y café, para que el hombre bueno que habla quedo, tenga más fácil y agradable la tarea.
Él alaba su café y su gusto por la decoración, y ella sonríe mirando al suelo; aún no es capaz de decirle que nadie abre las ventanas como él; que hay algo de especial en la brisa que se produjo en la casa en cuanto él, con firme delicadeza, preparó el ambiente para la pintura.
Solícita, le pregunta si un poco de música no le molestaría para trabajar, y él responde que no podría vivir sin escucharla. Esperanza se gira para ocultar una sonrisa boba que le persigue; escoge casi al azar, de un montocito ultraseleccionado, un disco de Liza Minelli en “Cabaret”. Ella le deja trabajar pidiéndole que no dude en llamarla ante cualquier necesidad, y se va bailoteando contenidamente por el pasillo.
Una oportunísima gota de pintura en el ojo, hace a Lautaro ceder al deseo de que ella se acerque otra vez. Cuando lo hace para solucionar con destreza, mimo y colirio el incidente, él piensa que ninguna mujer sobre la tierra, podría oler mejor que esta.
Una oportunísima gota de pintura en el ojo, hace a Lautaro ceder al deseo de que ella se acerque otra vez. Cuando lo hace para solucionar con destreza, mimo y colirio el incidente, él piensa que ninguna mujer sobre la tierra, podría oler mejor que esta.
Liza Minelli canta “Maybe this time”, y ella dice suavemente mientras sujeta el párpado: -
-Esta es mi favorita. A lo que él responde borracho de su aliento:
-¡Y la mía, qué casualidad!; se llama Quizás esta vez...
Ninguno vio al otro sonrojarse; él por un restablecimiento repentino y ella por un supuesto olvido en la cocina.