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El escuadrón de las águilas ya la habíamos visto; de hecho calculábamos que aproximadamente serían entre trece y catorce veces, y nos sabíamos el nombre de los personajes (apenas recuerdo el de: Nelson).
Las manzanas que bordeaban la Iglesia de San Felipe Neri, eran extremadamente grandes; cada bloque tenía más o menos el doble de largo que las del resto de las manzanas del barrio. Por aquellas interminables calles, íbamos al cine de los curas, que no daba novedades; pero con lo que cobraban, podíamos ir los tres. El cine del pueblo valía más de tres veces el precio y había butacas mullidas; pero uno tendría que palmar y esperar al resto; ¡y encima!, tocaba el otro subgénero en que discriminábamos el cine, aparte de las películas de vaqueros, guerra o romanos, ... una de amor.
A veces, hasta que parecía que Nelson estaba más experimentado y valiente; recuerdo incluso un día en que nos enseñó, que en su lengua, gracias se decía “Penquiu”, y pañuelo: janquerchid.
¡No había color!, y aunque llovía, nos lanzamos a ver qué nos deparaban aquellos aguerridos pilotos, que hablaban más rápido de lo que podíamos leer.